Il·lustració pel conte La dona de roca

LAS CIMAS MÁS DIFÍCILES ESTÁN EN NUESTRO INTERIOR

Escondida entre sábanas, donde la ciudad susurraba secretos a sus oídos, soñaba una mujer llamada Hiedra. Su alma era un jardín arraigado con fuerza a la tierra, pero al mismo tiempo anhelaba el cielo. Desde pequeña, Hiedra había estado cautivada por las alturas, y su corazón clamaba por subir hasta las cimas más altas, donde la tierra besaba el cielo. Sus dedos conocían cada aspereza de la roca, pero sus pies, como raíces firmes, tomaban su senda con excesiva prudencia.

Una madrugada de primavera, Hiedra se encaminó hacia la montaña más alta más allá del cemento y el asfalto, conocida como la «Torre de las Nubes». Su figura decidida dibujaba con cada paso un diálogo silencioso con la roca, una danza de desconfianza y coraje. A medida que ascendía, sentía el peso de sus miedos y dudas transformándose en una energía vibrante que la hacía avanzar libre, cada vez menos arraigada y a la vez conectada con su yo más honesto.

En la cima, Hiedra se detuvo para contemplar el mundo que parecía una miniatura, y los problemas diarios se difuminaban en la distancia. Cerró los ojos y respiró profundamente, sintiendo cómo el aire puro le llenaba los pulmones y le purificaba el alma. En ese instante, entendió que su escalada no era solo una conquista física, sino un viaje interior. Era su manera de encontrar su verdad en esencia más profunda.

Al descender, Hiedra llevaba consigo un nuevo sentimiento de plenitud. Aprendió que la escalada, con sus desafíos y belleza, es una materialización de su propio espíritu. Y así, Hiedra consiguió trepar más allá de las barandas de los balcones de la ciudad y aprendió que las cimas más altas se encuentran dentro de nosotros.