La escalada en bloque es escalar rocas de hasta seis metros de altura

SOLO ES UN FIN DE SEMANA

En un mundo regido por la eficiencia y el pragmatismo, Lluís se perdía entre papeles y números de lunes a viernes. Trabajaba en un banco, su corazón latiendo al ritmo monótono de las transacciones y las operaciones financieras. Su entorno no podía entender por qué él, con un sueldo estable y una carrera en ascenso, no mostraba la felicidad que se suponía debía acompañar esa estabilidad.

Pero Lluís conocía el secreto que lo mantenía vivo. Su verdadera pasión no se encontraba en las sumas y los balances, sino en las rocas imponentes de los fines de semana. Cada viernes, cuando el reloj marcaba las cinco, su corazón se aceleraba no por el cierre de las transacciones, sino por la esperanza de la libertad inminente. Se acercaba el momento de guardar el traje y la corbata, y vestirse con ropa de escalada, luminosa y flexible, casi como una segunda piel.

Con su mochila al hombro, cargada de magnesio, cepillos y pies de gato, Lluís se dirigía hacia las montañas. Para él, las paredes de roca no eran solo un reto físico, sino una expresión de su alma. Cada ruta, cada ascenso, cada paso medido era una pequeña victoria contra la rutina diaria. Sus objetivos no se medían en dinero ni en reconocimiento social, sino en la intensidad de la emoción que sentía al alcanzar un top.

Las rocas de Fontainebleau, los bloques de Bishop, los acantilados de Rocklands. Cada lugar, un nuevo sueño hecho de piedra y silencio. Su vida era una dicotomía perfecta: el orden estructurado del banco y el caos controlado de la escalada.

Un sábado por la mañana, mientras se aferraba a una pequeña regleta en una roca en Albarracín, comprendió que la verdadera riqueza se encontraba en esas pequeñas conquistas personales. No tenía la necesidad de demostrar nada a nadie más que a sí mismo. En la montaña, no había jerarquías, solo el hombre y la piedra.

Lluís sabía que nunca sería famoso ni rico por lo que hacía los fines de semana. Pero, cuando cerraba los ojos cada noche, sentía una paz que no se podía comprar con ninguna cantidad de dinero. Su felicidad era intangible, hecha de sueños y esfuerzos, y en ese mundo rocoso, encontraba su verdadera libertad.